lunes, 6 de febrero de 2012

Ser uno mismo... ¿nos permitimos ese lujo?

Ser uno mismo ha quedado reducido a unas meras formalidades que afectan a la buena vida y conservación del cuerpo, y naturalmente, a la satisfacción de una psiquis desordenada en conjugación con unas ideas no menos confusas. Ser uno mismo es apenas dejarse llevar, dejarse empujar por la existencia, no obedecer a nada ni a nadie, ni siquiera a uno mismo, porque ese “uno mismo” todavía no ha hecho verdadero acto de presencia en la conciencia.
Es imposible evadir el encuentro con el yo. Algunos pierden sus horas atrapados por el miedo a la muerte, a lo desconocido, a los poco creídos castigos del más allá y, sin embargo, tan temidos en los recovecos más ocultos del hombre. El verdadero peligro está, aunque no se vea así, en el desconocimiento de uno mismo, en la falta de realidad de uno mismo, en la carencia de apoyo en algo que no depende del mundo exterior, en la falla de ese eje que está en cada ser humano, si bien con poca consistencia todavía como para mantenerse erguido y elevar la conciencia sobre el pedestal de la seguridad, de la confianza que proporciona la sabiduría.
Es una etapa fundamental en este arte del que hablamos. No se puede llegar a ninguna parte, ni siquiera a sí mismo, sin construir caminos. Pero ¿los construimos verdaderamente?
La mayoría de las veces ni siquiera miramos por dónde caminamos. Seguimos una corriente humana, masas que se desplazan por senderos trillados, por movimientos cambiantes de opinión que determinan giros bruscos e incomprensibles en la dirección de nuestros pasos. Pero allí van todos y allí vamos nosotros también. Arrastramos los pies por sendas repletas de desperdicios: el basural de lo que cada uno aporta a medida que camina o en la medida en que se detiene sin atreverse a avanzar. Tropezamos, no con dificultades, sino con los escollos que vamos formando nosotros mismos.
Es difícil construir. Pero, a veces, construir es sencillamente limpiar viejos caminos que han quedado olvidados, rutas que sirvieron durante siglos para llegar a la meta, hoy cubiertas de malezas y piedras, pero sin duda mucho más limpias que las otras donde se amontonan los que no saben hacia dónde van. El hombre humilde que limpia, que quita altos pastos y recoloca las piedras en los bordes, abre caminos, construye caminos, porque los devuelve a la vida.

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